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La “antropausa” que ha silenciado el interior de nuestro planeta

Los que vivimos en zonas sísmicas sabemos lo que es el que, inesperada e intempestivamente, la Tierra tiemble. Pero lo mismo sucede al revés: la actividad humana hace que nuestro planeta se mueva.

El ruido sísmico que registran los sismómetros es producto de las vibraciones de la Tierra, mismas que pueden ser resultado de terremotos, volcanes, bombas y humanos.

Y, mientras que el 2020 ha mantenido una actividad que podríamos considerar natural de terremotos, el que los humanos de todo el mundo hayamos reducido nuestras actividades a causa de la COVID-19 sí ha tenido un impacto positivo en la disminución del ruido sísmico.

En un estudio publicado por casi 80 científicos de distintas partes del mundo, se menciona que el ruido que se produce por trenes, aviones, procesos industriales, movimientos poblacionales y otras fuentes, son medidos por los sismómetros. Sin embargo, para realizar una investigación sobre los procesos naturales más precisa, los investigadores deben eliminar estas vibraciones causadas por la actividad humana, y que se propagan como ondas sísmicas.

Todos estos científicos autores del trabajo, por tanto, se dieron a la tarea de compilar observaciones sísmicas de alrededor del mundo, de marzo a mayo, y así sacar ventaja de que la pandemia ha promovido cambios en la actividad de nuestra especie. (Aunque en China comenzaron a medir desde enero y en Europa y el resto del mundo todavía hasta abril.) Concretamente, utilizaron una red compuesta por 268 sismómetros colocados en 117 países.

Los hallazgos demuestran que el ruido sísmico se ha reducido en un 50%, por lo que denominan a este periodo de tres meses como el más silencioso, largo y prominente desde que la humanidad comenzó a monitorear el temblar de nuestro planeta. De hecho, consideran llamar a este fenómeno como “antropausa”, en relación a que vivimos en el Antropoceno.

Sus hallazgos muestran que la reducción del ruido tiene distintas intensidades. Es más relevante en las zonas pobladas, como en Singapur o Nueva York, pero el silencio se extiende por varios kilómetros a la redonda, como se vio en la Selva negra de Alemania, y cientos de metros de profundidad. También se vieron reducciones en universidades y escuelas, como en Boston, Estados Unidos o Cornwall, Reino Unido – en estos lugares universitarios, la disminución fue de un 20% más grande que cuando hay vacaciones.

Los autores mencionan que este periodo de calma es perfecto para detectar señales sutiles que, gracias a estas situaciones de aislamiento social, podemos medir. Por ejemplo, detectaron señales de terremotos que antes estaban canceladas por el ruido, lo que les permitió diferenciar entre vibraciones humanas y naturales, y así afinar sus técnicas de detección. Esto último es de suma importancia dado que, debido al crecimiento poblacional, cada vez las personas se enfrentan a vivir en zonas más peligrosas en términos sísmicos.

Este es el primer estudio que analiza el impacto de la COVID-19 en el interior de la Tierra, algo de suma relevancia dado que el ruido sísmico ha aumentado en tanto que las economías y las poblaciones han crecido. Lo mismo ha sucedido con las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera.

El estudio original lo pueden encontrar aquí.

La imagen es de Wikipedia, muestra a gente en la Mulberry Street, en Manhattan en 1900.

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